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31 de marzo de 2017

Agrarias 

Por un millón de nuevas chacras

La Argentina de hoy no es la de nuestros abuelos, ni siquiera la de nuestros padres. Ha habido grandes cambios en las formas de trabajo y también en las relaciones que hay que establecer para poder trabajar en la tierra. Hay nuevos problemas producto de estos cambios; y también problemas que se repiten de una […]

La Argentina de hoy no es la de nuestros abuelos, ni siquiera la de nuestros padres. Ha habido grandes cambios en las formas de trabajo y también en las relaciones que hay que establecer para poder trabajar en la tierra. Hay nuevos problemas producto de estos cambios; y también problemas que se repiten de una generación a otra, bajo nuevas formas, que surgen de la tenencia del recurso básico, del objeto sin el cual no se puede realizar la actividad agropecuaria: la tierra.

La producción en el campo argentino está regida en lo fundamental por las leyes de producción y de distribución del sistema capitalista, por las llamadas “leyes del mercado”; sin mayores interferencias que favorezcan a los obreros rurales o los productores agrarios sin tierra -o con poca tierra-, como ocurrió en la época de nuestros padres con el Estatuto del peón o la Ley de arrendamientos y aparcerías. Estamos casi como en la época de nuestros abuelos, cuando regía plena la “libertad de contratación”.
También hoy rige la “libertad del mercado” en la comercialización de los productos del campo: no hay juntas reguladoras, ni siquiera precios mínimos sostén para la producción. Y aunque ya no existe la dependencia del transporte de la época de los ferrocarriles extranjeros ni la bolsa de arpillera, hoy como entonces, es un mercado manejado en forma monopolista por grandes compradores, como ocurre con las cadenas de supermercados para ciertas producciones o con los pulpos imperialistas de comercialización e industrialización de cereales y oleaginosos, particularmente los exportables, como es el caso de los granos y aceites con Cargill, Bunge, Dreyfus, Toepfer, Dehesa, Vicentin, Nidera y Noble.
Las retenciones a las exportaciones no afectan directamente a estos monopolios; en todo caso, para ellos, no son sino un dato más que descuentan en el precio que pagan a los productores.
Las comadrejas en el gallinero
No por obvio podemos olvidar que lo fundamental de la producción agraria, aún la de los pequeños minifundios, es una producción para el mercado. La producción y la distribución de lo que se produce están regidos por las leyes mercantiles: la mayoría de los bienes que se producen y de los que se usan para producir en el campo, incluso la propia tierra, son mercancías, cosas que se compran y que se venden, y por tanto tienen su precio en el mercado. Claro después hay que ver cómo se forman esos precios, porque no todos son iguales en el mercado, y tampoco opera igual el monopolio de la tenencia de la tierra a como operan otros monopolios.
En el caso de la industria, el monopolio del capital es el que –claramente- determina qué y cómo se produce, y cómo se distribuye lo que se produce. Pero la producción agraria, para poder realizarse, requiere de la tierra, aparte del trabajo, las simientes y los instrumentos. Y la tierra, además de ser imprescindible para poder producir, es un bien inamovible, limitado en el espacio y no reproducible, lo que otorga a sus propietarios un poder social especial. El monopolio de esta propiedad, les permite a sus dueños, por el solo hecho de ser tales, exigir una “recompensa”: la renta de la tierra.
Los productores del campo que no tienen tierra o tienen poca, para poder producir de acuerdo a sus necesidades, o a su capacidad en bienes de trabajo, tienen que dar cuenta de esa renta, en el precio de la tierra. Sea comprándola o arrendándola. Y el dinero que tengan que poner para eso (sea anticipado o teniendo que entregar parte de la producción), deja de pertenecerles, pasa a ser la renta del terrateniente. Para poder producir, para comprar sus máquinas, la semilla, los fertilizantes, etc., necesitan otro dinero. Y con este dinero y su trabajo, o del trabajo de sus asalariados cuando son capitalistas, tienen que sacar suficiente como para obtener un beneficio propio y la renta para el terrateniente.
Embellecimiento del latifundio y de la dependencia
No acordamos con quienes dicen que el latifundio y la renta terrateniente no son un problema fundamental en el campo argentino. Con ello quieren negar que, por el poder que tienen sobre las condiciones de producción del campo argentino y a través de la “libertad de contratación”, los terratenientes y los pules (que actúan como sus intermediarios, contratando obreros o recurriendo a contratistas) se apropian también de toda la renta que, por ese monopolio del recurso tierra, surge de una mayor explotación de los obreros rurales, muy superior a la media social. No acordamos con quienes dicen que en la Argentina la renta es mayor que en Estados Unidos, por ejemplo, porque aquí son mejores las tierras. En todo caso si hay mayor renta es porque aquí se les paga relativamente menos a los obreros rurales (porque hay épocas del año en las que no trabaja y además se le paga mucho menos por hora que en la industria), lo que da origen a una ganancia extraordinaria que se la apropian los terratenientes y pules por el manejo monopólico del recurso suelo que disponen o pueden disponer.
Algunos modernos teóricos hablan de una “renta diferencial internacional”, que sería pagada con plusvalía de los obreros europeos. Entonces, esta renta operaría en forma progresista en el desarrollo agrario argentino, ya que el monto de la renta permitiría pagarle salarios altos a los obreros y que los chacareros obtuvieran buenas ganancias, y que, además, los terratenientes volcarían esa renta en la industria, el comercio y como fondos prestables en el mercado financiero (José Benco, Hilda Sábato, etc.).
Lo cierto es que esa renta proviene del trabajo de los obreros, aparceros, contratistas y pequeños productores argentinos, dado que las mejores condiciones naturales permiten una mayor productividad del trabajo agrario.
En realidad, esta renta es una demostración del grado de superexplotación a la que se ven sometidos los obreros rurales, y marca los estrechos límites de acumulación de los chacareros y contratistas, que cuando vienen años difíciles terminan arruinados. Expropiados y semiproletarizados, como nos volvió a mostrar fehacientemente la reciente historia.
Es necesaria una reforma agraria profunda
Esos “teóricos”, en primer lugar, no hacen más que embellecer al imperialismo, a nuestra situación de país dependiente: van contra toda la realidad que muestran las estadísticas en el llamado deterioro de los términos del intercambio y de toda la lógica del sistema capitalista imperialista, que es un sistema de opresión y saqueo de los países dependientes.
Esos “teóricos”, en segundo lugar, embellecen también a los monopolios de comercialización e industrialización, que aunque paguen poco siempre estarían pagando sobre el costo de producción y de lo que se apropiarían sería de una parte de renta que provendría de que las tierras son mejores en calidad o distancia del mercado y no de la superexplotación de los obreros rurales y aparceros y de la opresión de los campesinos pobres y medios.
Esos “teóricos”, en tercer lugar, pero no menos importante, embellecen además a los latifundistas que, por tener el monopolio de la propiedad de las mejores tierras y también de las peores que pueden ponerse en producción cuando las condiciones del mercado lo permiten, condenan a los verdaderos productores del campo a esa mayor explotación y opresión. Porque según esos “teóricos”, las mayores rentas de los terratenientes provendrían fundamentalmente de la mejor calidad o ubicación de sus tierras, de los mayores precios del mercado con relación a los costos de producción, y no del mayor sudor de los verdaderos productores del campo, que siempre estarían ganando lo que se merecen y si no que se embromen “por brutos” y trabajar por un salario menor que el que necesitan o romper sus máquinas en campos ajenos.
Para terminar con esta situación no queda otra que ir a la raíz del problema que está en el latifundio. Y esto solo se puede resolver con una profunda reforma agraria que garantice tierras suficientes, según las zonas y tipos de cultivo, a todos los pequeños y medianos productores (chacareros o contratistas, medieros o aparceros, etc.) que hoy no tienen suficiente tierra para producir, a las mujeres y jóvenes campesinos sin tierra, a las comunidades originarias, a los obreros rurales y a todos los desocupados que quieran trabajar la tierra.
Hay tierra suficiente en la Argentina para esto; los verdaderos productores del campo saben donde está; de su organización y unidad para este objetivo de la reforma agraria, depende que lo consigan en unión con todo el pueblo argentino que también sufre por esa opresión latifundista. De la unidad de todos los trabajadores del país depende además que todos juntos podamos terminar no solo con la lacra del latifundio sino también con la dependencia del imperialismo, cuyos monopolios explotan y oprimen a todos: explotan y oprimen al país en su conjunto, con la complicidad de los latifundistas y monopolistas intermediarios de aquí adentro.

Escribe: Eugenio Gastiazoro

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