Por Agustín Ferraretto, Profesor y Licenciado en Ciencias de la Educación.
Ya han transcurrido 41 días de cuarentena, pero parecería que en realidad fueron muchos más para quienes cargan con la responsabilidad de educar.
En estas últimas semanas, miles y miles de docentes han debido cambiar sustancialmente sus prácticas. El libro se ha transformado en PDF, el debate aúlico en un foro, y las dudas se canalizan en mensajería interna en las tantas aulas virtuales que, debido a la pandemia, han tenido una extensión en su uso comparable al impulso imparable de las redes sociales.
En este marco, la actividad laboral no se detiene, ya no existen los horarios fijos… ¿viejo anhelo de tiempos mejores?.
La hiperconectividad borra fronteras temporales, que difícil se vuelve encontrar el tiempo para estudiar o descansar, si nuestra tan venerada conectividad nos obliga a nunca despegarnos de la pantalla. Que mundo tan particular que se le aparece al docente, y no vaya a ser que se comente que está de vacaciones.
Sin embargo, otro universo se abre a la par, en el cual millones de estudiantes de todos los niveles educativo deben cumplir con la obligación no solo de entregar tareas semanales, sino mas específicamente estar conectados, siendo que la conexión actual ya no es «prestar atención», sino contar con los recursos de la conectividad, me refiero a dispositivos móviles y de internet.
Pero…hoy en nuestra ciudad llovieron mas de 90 milímetros, y nuestros barrios mas vulnerables nuevamente quedan aislados de la civilización, sin asfalto, agua potable y analizando que será lo que se logrará conseguir en las próximas horas para largar en la olla, es un poco ilusoria la idea de que la educación va camino hacia la igualdad… quizás debamos partir de construir los cimientos de la igualdad y justicia, para luego posteriormente, sí, pensar en una educación que de verdad nos incluya a todos.