Nota de opinión. Javier Corizzo.
Aportes para los debates abiertos del campo popular.
Sobre la base del ensayo “Sentido heroico y creador del socialismo”(*1) de José Carlos Mariátegui.
Aquellos y aquellas que luchamos por la transformación de nuestra sociedad desde una perspectiva popular estamos atravesados por grandes discusiones. El concepto del proletario como sujeto revolucionario, postulado tan claro e inescindible de los hechos que marcaron la historia de fines de siglo XIX y del siglo XX, hoy está cuestionado bajo las tesis que pronuncian la aparición de “nuevos sujetos sociales”. Desde ese lugar se corre la orientación estratégica trazada por Marx y Engels, hacia diversos movimientos (muchas veces caracterizados como transversales, desprovistos de pertenencia a una clase social determinada) que afirman ser el motor de las transformaciones sociales, tan necesarios en un mundo lleno de injusticias. Estos movimientos, y sus organizaciones, están impulsados por la idea del “bien común”, de la justicia y de la moral.
A este respecto, y teniendo en consideración que este debate no es exclusivo del presente, es interesante conocer el punto de vista de José Carlos Mariátegui, referente teórico del marxismo latinoamericano, que se afirma en la necesidad de ratificar la línea marxista de lucha de clases y de hegemonía proletaria como único camino para avanzar a la nueva etapa histórica, el socialismo.
Resulta interesante releer y reflexionar nuevamente sobre estas cuestiones, considerando el auge de organizaciones y movimientos sociales que se desarrollaron a fines del siglo pasado y comienzo del presente.
Si bien este fenómeno es mundial (basta recordar la experiencia de los “indignados” de España), tuvo un desarrollo muy amplio en América Latina con centro en las organizaciones sociales y sectoriales con un protagonismo difícil de igualar. El movimiento piquetero en Argentina y los Sin Tierra de Brasil son dos casos paradigmáticos, pero no son los únicos. En cada uno de los países latinoamericanos se pueden encontrar ejemplos de cómo dichas organizaciones fueron adquiriendo un rol preponderante, no solo en lo social, sino también en lo político.
La particularidad argentina.
En Argentina, el surgimiento y el desarrollo masivo de los movimientos sociales tuvo su origen a partir de la década del ’90. Allí aparecieron y se multiplicaron rápidamente estas organizaciones que enfrentaron la política menemista de entrega. La quiebra de empresas y el crecimiento exponencial de la desocupación fueron un caldo de cultivo para la aparición de piquetes, ollas populares, asambleas barriales, etc.
Es innegable que las organizaciones sociales más representativas fueron protagonistas de las grandes puebladas que enfrentaron al menemismo y al gobierno reaccionario de De la Rua, jugando un papel determinante en el Argentinazo.
Durante los gobiernos siguientes, las organizaciones sociales mantuvieron la presencia territorial y sus luchas, representando los intereses de los sectores más postergados de la sociedad. También hay que agregar que este tipo de organizaciones fueron ganando peso político, convirtiéndose en actores de consideración tanto en los armados de listas electorales, como en la aplicación de las políticas que los sucesivos gobiernos llevaron y llevan adelante.
Es imprescindible hacer una valoración de este proceso, y de la trascendencia que esto tiene para la lucha popular. Desde siempre, las clases dominantes intentaron instrumentar a los sectores más vulnerables de la población para sus intereses. El denominado “ejército de reserva” (concepto desarrollado por Marx en El Capital) como parte de la población que resulta excedentaria con respecto a las necesidades de acumulación del capital, fue utilizado históricamente contra los intereses de la clase obrera ocupada. Desde esta perspectiva es extraordinario el desarrollo que han logrado las organizaciones sociales, particularmente en Argentina, donde se orientan las luchas de este sector por su propio pliego reivindicativo, hermanadas con el resto de los sectores populares. Así se fueron gestando procesos de lucha unificados, con participación en las jornadas y movilizaciones que sacudieron -y sacuden- la Argentina. El protagonismo y el acompañamiento de las organizaciones que nuclean a la clase obrera desocupada en marchas federales, paros nacionales etc., es moneda corriente. De esta forma podemos decir que las clases dominantes de la Argentina han perdido parte del control histórico que ejercían sobre los desocupados, a manos de las organizaciones y movimientos sociales.
Por otro lado, hay que reconocer que junto al crecimiento de los movimientos sociales fue también consolidándose una corriente que promueve la tesis de la “economía popular”, como una forma de organización basados en la solidaridad y el cooperativismo que vendría a atenuar desigualdades y a proponer medios de subsistencia alternativos. Conceptualmente, esta “economía popular” (también llamada economía social) necesariamente implicaría la existencia de, por lo menos, una economía más. Es decir, habría una economía formal, donde se produce a gran escala, donde rigen las relaciones del mercado y vinculadas a los poderes económicos tradicionales, y una economía informal que, en forma autónoma resolvería las necesidades de trabajo de la clase obrera desocupada, en pequeños talleres y huertas con producciones de tipo artesanal, con redes de distribución y comercialización propios, etc. De esta manera, para los teóricos de la Economía popular, se corporiza el nuevo sujeto histórico, los excluidos del sistema, que serían los artífices de las futuras transformaciones sociales.
Esta teoría, que expresa un profundo escepticismo, es totalmente anti materialista. No hay 2, 3 ó 5 economías. Hay una sola economía que nos atraviesa al conjunto de la sociedad, y que está determinada por el rol asignado a nuestro país por el imperialismo bajo la división internacional del trabajo. Es este modelo económico el que excluye y descarta. Suponer que es posible transformar las condiciones materiales de los sectores empobrecidos de la sociedad sin echar por tierra el modelo de dependencia al que somos sometidos no solo es absurdo, sino que resulta absolutamente conveniente al imperialismo y a los sectores de las clases dominantes que sostienen este sistema.
En un país dependiente como el nuestro es ineludible cuestionar el modelo, ganar soberanía nacional y orientar nuestro trabajo para recuperar una producción en función de los intereses de nuestro pueblo. Para esto, es indispensable que la clase obrera ocupada sea protagonista en este debate y en la lucha por transformar este modelo de exclusión.
Por todo esto, e independientemente que sea valorable cualquier intento de mejorar las condiciones de vida de los sectores más desprotegidos de nuestro pueblo, es importante reafirmar la necesidad de dar a fondo los debates sobre la vigencia de la teoría marxista, la lucha de clases, y su clase dirigente, el proletariado industrial.
No son novedosas las tesis que proponen “soluciones” para mejorar las condiciones de vida de algún sector de la población, sin cuestionar el mismo sistema bajo el cual se desarrollan los conflictos. El marxismo nació y se desarrolló en abierta contradicción con estas ideas, argumentando y evidenciándolas como culposos ensayos pequeñoburgueses que no tenían posibilidad -ni interés- de poner en crisis el sistema capitalista de producción.
La búsqueda de este artículo reside en acercar extractos de un ensayo corto de José Carlos Mariátegui (“Sentido heroico y creador del socialismo”, 1928-1930) que ofrece sus argumentos sobre estas cuestiones. Al respecto resulta conveniente agregar que, más allá de que el escrito se remonte a un debate que nace en el seno de los denominados países centrales, es totalmente aplicable a nuestra momento y nuestra geografía, donde la profunda dependencia que caracteriza a nuestro país agrava las condiciones sociales y materiales del conjunto de nuestra población.
¿Por qué Mariátegui?
José Carlos Mariátegui, nacido en el año 1894 en Perú, fue fundador del Partido Socialista Peruano (luego Partido Comunista Peruano). Pese a su corta vida, fue uno de los principales referentes marxistas latinoamericanos. Si bien lo principal de su vida militante se desarrolló en el Perú, vivió algunos años en la Europa de la Posguerra, especialmente en Italia, donde pudo observar de cerca el proceso del crecimiento del fascismo y participó activamente de los debates que atravesaban al campo popular. Desde ese lugar se identificaba como internacionalista.
Su libro más reconocido, “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana” es un análisis materialista desde una perspectiva marxista de las condiciones existentes en el Perú. En él se desarrolla en profundidad el problema de las naciones y pueblos originarios, de la tierra, de los factores religiosos, entre otras cosas. Pero la obra de Mariátegui es amplia y diversa. Además de los “7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana» fue el editor de la revista “Amauta” y autor de numerosos ensayos, muchos de los cuales eran en defensa del marxismo frente a los ataques del revisionismo de la época.
“Sentido heroico y creador del socialismo”
Uno de los tópicos recurrentes en los ensayos de Mariátegui hace referencia a la relación que puede existir entre lo que la burguesía denomina la ética y la moral, con el marxismo.
En “Sentido heroico y creador del socialismo”, ensayo escrito entre 1928 y 1929, Mariátegui se opone a la concepción de un socialismo moral, romántico, basado en principios humanitarios, para contraponerlo con la necesidad de un socialismo marxista, de hegemonía proletaria.
Dice al respecto:
“(…) El socialismo, a partir de Marx, aparecía como la concepción de una nueva clase, como una doctrina y un movimiento que no tenían nada de común con el romanticismo de quienes repudiaban, cual una abominación, la obra capitalista. El proletariado sucedía a la burguesía en la empresa civilizadora. Y asumía esta misión, consciente de su responsabilidad y capacidad -adquiridas en la acción revolucionaria y en la usina capitalista- cuando la burguesía, cumplido su destino, cesaba de ser una fuerza de progreso y cultura. (…)”
En definitiva, según Mariátegui, no se trata de repudiar un sistema injusto desde una perspectiva moral, sino de reafirmar el rol del proletariado por su capacidad como única clase capaz de representar “una fuerza de progreso y de cultura”. En diversas obras, Marx y Engels registran que el capitalismo significó un inmenso progreso para la humanidad, dejando atrás el sistema de producción feudal. La misma clase burguesa que había sido capaz de destrabar las fuerzas productivas de un sistema feudal, posteriormente se transforma ella misma en traba, por la misma lógica de la acumulación del capital. Es el proletariado, y principalmente el industrial, aquel que tiene la capacidad, rompiendo sus cadenas, de desarrollar la producción y la distribución de tal manera que todos tengan acceso a los bienes que necesiten.
“(…) La energía revolucionaria del socialismo no se alimenta de compasión ni de envidia. En la lucha de clases, donde residen todos los elementos de lo sublime y heroico de su ascensión, el proletariado debe elevarse a una «moral de productores», muy distante y distinta de la «moral de esclavos», de que oficiosamente se empeñan en proveerlo sus gratuitos profesores de moral, horrorizados de su materialismo. (…)”
No es entonces una cuestión de “justicia” donde se sostienen los argumentos de la necesidad de la toma del poder por parte del proletariado. Es un tema de potencial de progreso para la humanidad entera. Mariátegui identifica en este “socialismo ético” una reminiscencia burguesa contraria a la toma de conciencia de clase del proletariado, factor necesario para ubicarse como sujeto productivo con capacidad para la conquista revolucionaria del poder. Para Mariátegui, “(…) la moral de clase [del proletariado] depende de la energía y heroísmo con que opera en este terreno [el de la economía y la producción] y de la amplitud con que conozca y domine la economía burguesa. (…)”
Estos debates han estado siempre en el seno de los sectores populares. Tanto es así que el autor hasta se permite indicar cómo se expresa esta tendencia en la Internacional Comunista de la siguiente manera:
“(…) La Internacional, el himno de la Revolución, se dirige en su primer verso a «los pobres del mundo», frase de neta reminiscencia evangélica. Si se recuerda que el autor de estos versos es un poeta popular francés, de pura estirpe bohemia y romántica, la veta de su inspiración aparece clara. (…)”
Conclusión
No es cuestión de desvalorizar aquellos compañeros y compañeras que dedican su vida a luchar contra la marginalidad. De ellos y ellas Mariátegui afirma que “(…) nadie piensa en negar sus servicios en el cual descollaron a gran altura espíritus extraordinarios y admirables(…)”. Sin embargo, es preciso afirmar que para quienes luchamos por la revolución, que soñamos con construir un nuevo orden social, ese camino no alcanza.
No se trata de interpretar al marxismo como una ciencia estática. Como afirma Engels, “el marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción”. De lo que se trata es de analizar el mundo de hoy desde la perspectiva de la lucha de clases, revolucionaria y con los objetivos históricos intactos. En ese sentido, Lenin desarrolló el concepto del Imperialismo como etapa superior del capitalismo y definió el nuevo momento histórico abierto por la revolución rusa como “La era del imperialismo y las revoluciones proletarias”.
Cuando se apagaron los faros que iluminaban las luchas proletarias del mundo, cuando el socialismo fue derrotado primero en la Unión Soviética y después en China, ahí sobresalieron las tesis revisionistas. Se intenta aplacar el marxismo, convertirlo en inofensivo. Se escriben libros sobre los límites de lo posible, sobre las bondades de la conciliación de clases, sobre el fin de la lucha de clases como motor de la historia, etc.
En la actualidad, en un mundo que está atravesado por la guerra en Ucrania, se profundizan las crisis sociales, económicas y políticas. El agravamiento de la disputa interimperialista descarga sobre los países y pueblos oprimidos el peso principal de la crisis.
En este punto, entonces, es preciso remarcar que el sistema imperialista-capitalista no modificó su esencia. Al contrario, conserva absolutamente todas las contradicciones que dieron origen a la teoría marxista leninista.
El mundo continúa dividiéndose entre naciones oprimidas y opresoras, la burguesía continúa dependiendo de la plusvalía arrancada a la clase obrera, y por ende continúa reproduciéndose la contradicción entre el carácter social de la producción y el carácter privado de la propiedad de los medios de producción.
Esto es, en síntesis, motivo suficiente para reafirmar la necesidad de trabajar en el único sentido posible capaz de resolver definitivamente cualquier necesidad que afecte al pueblo. Ese camino es el camino de la hegemonía proletaria en lucha por la liberación nacional en tránsito al socialismo.